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“Siempre hemos vivido en guerra, lo que no sabemos es vivir en paz”.

Desaprender para aprender a vivir en otros escenarios posibles

En una entrevista reciente a un campesino, que leí en un diario nacional, me llamo la atención su afirmación: “siempre hemos vivido en guerra, lo que no sabemos es vivir en paz”. Creo que tiene razón.

Después de 8 guerras nacionales y 14 regionales en el siglo XIX, una guerra salvaje de mil días, y la violencia de los años 50 que empató con el conflicto armado en los 60 hasta nuestros días, creo que tenemos incorporados en nuestra cultura, imaginarios y códigos relacionados con soluciones no pacíficas de los conflictos y las diferencias y comportamientos agresivos e incluso violentos como respuesta. Hasta la muerte se ha convertido en una alternativa de solución, factor impensable en cualquier cultura.

 

Lo comprobamos a diario. No sólo en las páginas judiciales sino en nuestra propia cotidianidad. Caminamos, conducimos, montamos en bus, incluso jugamos o vamos al estadio, vivimos, con una programación de desconfianza y lucha por la supervivencia cotidiana. No es solo la violencia asociada al conflicto político, es la convivencia pacífica y diaria la que nos cuesta mucho trabajo llevarla en paz.

A nivel específico en el tema que ahora tanto nos ocupa, también se ha evidenciado en otros procesos de paz, la prevalencia de elementos violentos en la cultura como un gran obstáculo para avanzar hacia la construcción de nuevas formas de relacionarnos, basadas en la confianza, la solidaridad, el reconocimiento y respeto del otro como diferente. Es ahí donde el concepto de “desaprender”, reciente en la pedagogía, adquiere completa vigencia y cuando la educación a lo largo de la vida puede jugar un papel fundamental.

Desaprender no es lo opuesto de aprender. Es dejar de lado, conceptos, creencias, actitudes, comportamientos que hemos introyectado y que reproducen el contexto que los gestó. Desaprender es levantar los bloqueos que impiden incorporar otras formas de ver, actuar o valorar la realidad para abrirse a nuevas experiencias, puntos de vista, saberes que construyan un Bien-Estar.

Una propuesta coherente y viable para que el sistema educativo en su conjunto - educación formal y educación ciudadana - contribuya a desaprender las formas violentas en que nos relacionamos, cuya mayor expresión es la guerra, desborda los límites de este artículo. Sólo podemos motivarlo y sugerir algunas pistas. Lo haremos en las tres dimensiones básicas del Saber.

En la dimensión del conocimiento, habría que propiciar conocer y difundir qué otras formas de vivir son posibles y deseables. Entender como lo hacen otras sociedades que llevan décadas de paz, y por lo tanto, han incorporado en su cultura comportamientos de confianza y convivencia. Al final nada distinto al respeto al “contrato social” que como sociedad adquirimos.

Sería deseable, buscar en nuestras raíces y reconocer la sabiduría de nuestros indígenas quienes pueden enseñarnos mejores formas de relacionamiento entre los seres humanos y con la naturaleza. Hay que desaprender la visión negativa que tenemos del conflicto, asociada a la violencia, y aprender que el conflicto es inherente a la sociedad, que se origina en nuestras múltiples diferencias y que esas diferencias son fuente de vida y entendimiento. No necesitamos violentarnos para manifestar que no estamos de acuerdo.

En la dimensión de las habilidades hay que desaprender las formas violentas de afrontar los conflictos y desarrollar habilidades emocionales, sociales y comunicativas que favorezcan el trámite pacífico de nuestras diferencias y contradicciones. Cambiar la mala palabra, el gesto desafiante y el puño por la pregunta, el diálogo y el deseo de convivir.

Y en la dimensión ética, de la cual dependen nuestras actitudes, esta debe proyectarse hacia todos los espacios principales de socialización: la familia, la escuela, el barrio, los grupos de pares, el trabajo, para desvalorizar la exclusión, la negación, la burla, el matoneo, la cultura del atajo, que valora al vivo y no a los que cumplen las normas, y valorar el reconocimiento del otro. Erigiendo como valores fundamentales la vida y la solidaridad.

 

Esta es una gran tarea que es de todos, que no se limita a una cátedra, que se debe ejercer en cada momento y en cada lugar y que tiene que comenzar por uno mismo en la cotidianidad. Consiste en desaprender la guerra, para aprender a vivir en paz, como nos lo recomendó aquel sabio campesino.

Lo invito a que comience usted también, hoy mismo.   

Ángela Escallón

Directora Fundación Corona

 

**Esta nota se publicó originalmente en la Silla Vacía el 16 de febrero de 2016.

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